Hago mío el título de mi tocayo y compañero de fatigas periodísticas, Juan Antonio Padrón Sabina, cuando habló de la crónica de una huelga anunciada. La liturgia que se vivió ayer en las ciudades españolas cumplió a rajatabla el guión preestablecido. Los servicios mínimos donde se habían establecido, es decir en la cosa pública, se ejecutaron con plena limpieza, aunque con algún problemilla a primera hora aprovechando la nocturnidad. Pero, en cuanto los primeros rayos de sol crepitaron en el azul cielo, los cuatro piqueteros se marcharon a sus cuarteles de invierno hasta juntarse con las maras a la hora fijada para cantar consigna que no fueran en contra de ZParo.
España, lamentablemente para ellos, para los sindivagos, no se paró, la actividad alcanzó las cotas de un sábado prenavideño, con gente entrando con total normalidad en supermercados, tiendas, supermercados, grandes superficies. Ellos quisieron amedrentar a todo el mundo, pensaron que la gente se iba, por decirlo finamente, a acongojar. Pero nada más lejos de la realidad. Los empresarios optaron en su gran mayoría por aperturar sus negocios, aunque más de uno vio como le habían hecho el ataque preventivo al meterle silicona en el cierre o los clásicos palillos de madera. Los cerrajeros, qué duda cabe, se hicieron de oro, en un claro error de estrategia de los propios piqueteros que, en realidad, deberían de haber impedido que estos saliesen en multitud a arreglar los problemas del resto de comerciantes.
Por supuesto, ninguno de los miembros de UGT o CCOO, o sea, los señores Méndez y Toxo, piensan dimitir tras el escandaloso ridículo. Haciendo una media entre la bajísima cifra ofrecida por la factoría socialista de Corbacho y la de los sindicatos, que tampoco era espectacularmente elevada, a mí me sale que, a lo sumo, el seguimiento de la huelga estuvo cifrado en un 35%-40%, un desastre a todas luces para los coaccionadores de los abuelitos y de los niños. Los que soñaban con dejar a España sumida en el caos, en la incertidumbre tienen que ver como sus bravatas han ido desde bajarse el trasero delante de una cámara de Intereconomía o agredir a un Policía Nacional en la empresa CASA.
Los afiliados a esas dos centrales, al menos los que tengan un poco de dignidad, este jueves 30 de septiembre deberían de colapsar el departamento de tramitación de bajas por la vergüenza que tuvieron que pasar ante un escaso seguimiento de la huelga. A muchos se les han tenido que caer los pelos del sombrajo cuando han visto y comprobado que las preocupaciones de sus líderes son las de comer a mesa y mantel a todo lujo o tostarse en un crucero maravilloso. Cuando se ven esas escenas, ¿creen que se puede convencer al resto de los españoles para que pierdan 60, 80 ó 120 euros de salario? Seguro que ellos no han perdido ni medio céntimo, pero sí el escaso crédito que tenían ante la ciudadanía.
Juan Antonio Alonso Velarde
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